lunes, 20 de febrero de 2012


Pinker Steven. La tabla rasa. Cap. 17. La violencia.
Desde los comienzos de la historia natural, el motor de la evolución, de la adaptación y de la sobrevivencia, ha sido la lucha en su estado más depurado y crudo, el amor por la importancia de vivir puede ser  traducido en una “fútil” guerra infinita, ya que al final, ambas posturas son la misma cosa unificadora dentro de la simple existencia.
Generación tras generación humana luchan por la inmortalidad, o mejor dicho, una ilusión de inmortalidad que es engendrada por el temor del olvido, una eterna ilusión que borra el sentido trágico de la naturaleza a partir de un concepto tan plurisémico  e intrigante, como lo es el de la cultura. La cultura es parida por la razón humana que aumenta el sentido de vida a su máxima excitación, producida por una creencia dogmática que mantiene la permanencia de unión a lo natural pero que lo enfrenta a ella al mismo tiempo, es en pocas palabras, un espectáculo que desarrolla la guerra universal en tanto existencial como en caníbal y depredadora, sí, es un espectáculo naturalmente asesino.
La naturaleza sigue y seguirá en su estado inmaculado, sus fundamentos son los necesariamente convincentes para destruir cualquier teoría presentada en su contra, es el juzgado terminal de los actos humanos a partir de que es su primera tentación e incitadora de pecados encaminados a una perdición eternamente placentera y autocompadeciente. Por tal motivo el llamado “problema de la violencia” radica cuando éste, es precisamente conceptualizado como tal. Dicho problema tiene su origen en el contrato social, en ese intercambio de libertad natural por la seguridad social, en el aprisionamiento del libre albedrio que trajo una reflexión sobre el ordenamiento del hombre en grupo, que  no es más que un reflejo de la voluntad del poder humano al querer establecer leyes y normas sociales a algo que de origen tenía un orden natural. Orden natural que tenía una concepción caótica dentro del raciocinio humano; una percepción caótica que desequilibra lo impuesto como orden social. Un orden social en el que de vez en vez y a la vez tan regularmente se percibe una desequilibrada y caótica sociedad.
Es cierto que el hombre como habitante de una sociedad, recibe constantes impulsos que accionan su reacción violenta, afirmándose por ende que el sistema social es el causante de la violencia, y esto puede interpretarse como correcto siempre y cuando se marque una pauta tajante, que es la del paralelismo entre sistema social y sistema natural, por que estas líneas aparentemente divididas terminan por tener una frontera demasiado difuminada; en el sentido de que el hombre desde el inicio de su existencia ha buscado la vida en sociedad, la unificación, la uniformidad totalizante (hoy más que nunca se encuentra cerca de lograr su cometido) es decir, su naturaleza es vivir en sociedad, y es en este punto donde las paradojas vuelven a intimar, la naturaleza y la sociedad en el aspecto humano tienden a ser la misma cosa unidas por la indiferencia y la traición. Y tales traiciones son sinónimos de esperanza, esperanza en un mundo armónico de sazón perfecta, pero impedida por el sabor insípido que le da el término crimen. En la sociedad este crimen es recriminado, estos es,  acciones y consecuencias que el ser humano pretende catalogar y determinar, pero que las conclusiones de este orden principian nuevas acciones del eterno ciclo de valor efímero. Un ejemplo claro de esto, es la permisión de asesinar que se le da a un héroe en una guerra, pero que al final de la misma el héroe valiente de las medallas al merito es convertido en cobarde al que nadie podría sentenciar por haber cumplido su deber; y apoyándome en palabras de Henry Miller al hablar de los instintos sagrados y lo justo y lo correcto dependiente de la sociedad nos dice que: “…un crimen lava a otro en nombre de Dios, patria y humanidad, la paz sea con todos vosotros.”
EDGAR ALEJANDRO GUADARRAMA RUEDA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario