lunes, 27 de febrero de 2012


Psicología del Nazismo.
El nazismo más que considerarse una problemática puede concebirse como una consecuencia de diversos factores que al congregarse en un lugar y época determinada que contribuía con las situaciones correctas, era inevitable su surgimiento, su expansión y su importancia en la historia contemporánea. La combinación de factores psicológicos moldeados por causas socioeconómicas son las que pueden dar un análisis más completo sobre el fenómeno nazi.
La población alemana no presento una resistencia importante para con el régimen nazi, una parte de la sociedad no llego a ser admiradora pero acepto el régimen y la otra se sintió intrínsecamente atraída cayendo en el fanatismo. El pueblo alemán se encontraba en un estado de cansancio y resignación íntimos, esto como característica no solo de los alemanes sino del individuo de la era presente, existe en la época contemporánea un ser humano que se ha convertido en un espectador que goza y deambula y se encuentra ahora en una situación en que ni aún grandes guerras y revoluciones pueden cambiar nada por un instante. El sacrificio de sangre no puede hacer nada contra la defensa con el estandarte de frivolidad.
La baja clase media presenta los rasgos necesarios para ser dominados por un líder y representante que reúne a la vez esos mismos rasgos y más allá de eso tiene el mismo sentir, por tanto Hitler era el portador de las expresiones que esta clase necesitaba y que se merecía. A lo largo de la historia de la clase media se presentaban un amor al fuerte, odio al débil, mezquindad, hostilidad, avaricia.
Una nación que había quedado golpeada y deshecha por su suerte de guerra; el periodo de la posguerra pisoteaba a una Alemania que intentaba recuperarse de los azotes de los cambios mientras que al mismo tiempo se acumulaban sentimientos que desarrollaban las personalidades de las generaciones jóvenes y viejas; así toda la decadencia de la situación económica, del prestigio social, de los símbolos de autoridad, de los padres hacían al mismo tiempo crecer un nuevo estado de animo pasivo y sumiso pero deseoso de dominación.
Hitler era sensible ante los deseos del pueblo alemán, el más que nadie escuchaba los anhelos de las masas, las masas que por su naturaleza cantaban al unísono por un líder que les devolviera y saciara el poder, así se puede decir que “La gente no quiere otra cosa que se gobernada decentemente” siendo para el líder no más que la piedra para el escultor; esto se convierte en una situación casi adaptando la forma de ley sino fuera por las moralidades con las que se disfraza, pero en realidad el arte de líder manejador de masas es un arte por más natural, es la revelación de la voluntad de poder en su máxima expresión, es la ambivalencia del masoquista y el sádico como correlacionaros del orden del caos.
Hitler es poseedor del conocimiento intelectual, es descubridor de la sensibilidad de las masas, y es sensible ante las leyes de la naturaleza, a partir de este camino trazado funda las bases del nazismo, el cual se lleva a la práctica pero tiene un sustento teórico que lo respalda, aceptando además conceptos tan subvalorados como la crueldad y la crudeza del darwinismo que muchos quieren disfrazar, y así, no puede objetarse de ninguna manera su frase “Reina cruel de toda la sabiduría”. De esta manera la naturaleza es vista como el gran poder al que tenemos que someternos, y es, en cambio, sobre los seres vivientes que debemos ejercer nuestro dominio; esto más que parecer una justificación de los actos (aunque no quiere decir que no lo es) es la pureza de una verdad que se justifica en cada momento de la historia y se ve en cada momento del presente, es decir es llevada a cabo día con día consciente o inconscientemente, por el simple hecho de situaciones conjugadas en la voluntad de poder, la selección natural, el amor por la vida y el mismo amor por los hombres, podemos resumir esto en una frase de Nietzsche “Los débiles y malogrados deben perecer; articulo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se les debe ayudar a perecer.”
Edgar Alejandro Guadarrama Rueda.

lunes, 20 de febrero de 2012


El miedo a la libertad. Cap.5 Mecanismos de Evasión. Erich Fromm
“…de aquellos de quienes se dicen que están locos y no tienen modo de defenderse por que los que no están locos los sobrepasan en número.” (Miller 1999: 82) La multitud se resguarda bajo el lema superficial de “se considera hombre sano sí es capaz de cumplir el papel social que le toca desempeñar dentro de la sociedad dada” sin embargo en un sentido más profundo y analítico el lema cambiaria radicalmente, y entonces contemplaríamos un mundo donde los manicomios no bastarían para controlar a la humanidad entera, o en otro sentido el mundo sería un manicomio totalizante, o como diría Nietzsche podríamos contemplar un mundo donde “…los pobre gozarían de su riqueza y lo locos de su sabiduría.”
Partiendo de estas ideas el hombre cae en su propia trampa tendida por la diosa dominantemente libre llamada: ¡ironía! La creación de su propia libertad es la creación de su propia depresión, la creación de su propia vida conceptualizada en el origen de su propia individualidad; de tal manera que el hombre libre teme a su libertad, por ello vivimos en la contradicción de los términos masoquismo y sadismo aparentemente alejados pero intrínsecamente  amamantados por la misma nodriza: “la vida cotidiana” perdiendo paradójicamente y de un solo tajo la espontaneidad y la verdadera personalidad.
El pecado original de esta concepción tiene su mayor apogeo con el final del oscurantismo y la llegada del renacimiento. Una época de ignorancia, de control, de estancamiento da paso a una nueva era donde el hombre renace y se ilumina, adquiriendo su carácter de individuo y por tanto su libertad, pero inconscientemente la obtención del mayor de sus temores y confusiones, traducidas en una sola pregunta ¿Qué es el Ser? Así, el paso a una prosperidad resulta impotente cuando el hombre se vuelve “libre” pero que sigue encerrado en el porqué, y en el como ser libre. Por tal motivo el ser humano adquiere una actitud de defensa con dos alternativas marcadas pero inconscientes el masoquismo y el sadismo. El primero regala su libertad a una autoridad para sentir el placer de la seguridad, siendo no más que una necesidad como lo explica Dostoievski "necesidad más urgente que la de hallar a alguien al cual pueda entregar, tan pronto como le sea posible, ese don de la libertad con que él, pobre criatura, tuvo la desgracia de nacer" esto no es más que la connotación más pura del contrato social. El segundo termino impone el poder sobre otros a través de la manipulación para obtener sus fines. Esta naturalidad del ser humano ante las dos imposiciones de dominado y dominador son mutuas y se corresponden, son dependientes una de la otra y Fromm nos dice que “El sádico necesita de su objeto, del mismo modo que el masoquista no puede prescindir del suyo. La única diferencia está en que en lugar de buscar la seguridad dejándose absorber, es él quien absorbe a algún otro.” Aquí aparece de nuevo la totalizante ironía, el amor hacia ella, la dependencia de ella y el reconocimiento de ella; todo en pro de buscar el sufrimiento y la debilidad como principales constructores del objetivo primordial del hombre la perversidad del masoquismo y el sadismo, como juego de control y caos, de una comprensión inconsciente y una confusión concientizada; que llega al éxtasis  en una frase de Nietzsche “Sin dolor ni sacrificio no tendríamos nada. Hay más razón en tu cuerpo que en tu mayor sabiduría.”
El hombre busca perder la libertad y la individualidad, y esta desesperado por lograrlo y lo medios aceptados socialmente para lograrlo son variados, y siempre están en el mismo lugar: “la autoridad” y Fromm lo explica de la siguiente manera “Todos son completamente "libres", siempre que no interfieran con los derechos legítimos de los demás. Pero lo que hallamos en realidad es que la autoridad más que haber desaparecido, se ha hecho invisible.” El dictador fantasma como lo nombra Viviane Forrester es tan evidente en la sociedad actual que se convierte en eso mismo: un fantasma; esta a la vista de todos pero es intangible y ha llegado a la madurez, a la madurez más sutil y más evidente, la madurez final, la madurez cínica.
Edgar Alejandro Guadarrama Rueda.

Pinker Steven. La tabla rasa. Cap. 17. La violencia.
Desde los comienzos de la historia natural, el motor de la evolución, de la adaptación y de la sobrevivencia, ha sido la lucha en su estado más depurado y crudo, el amor por la importancia de vivir puede ser  traducido en una “fútil” guerra infinita, ya que al final, ambas posturas son la misma cosa unificadora dentro de la simple existencia.
Generación tras generación humana luchan por la inmortalidad, o mejor dicho, una ilusión de inmortalidad que es engendrada por el temor del olvido, una eterna ilusión que borra el sentido trágico de la naturaleza a partir de un concepto tan plurisémico  e intrigante, como lo es el de la cultura. La cultura es parida por la razón humana que aumenta el sentido de vida a su máxima excitación, producida por una creencia dogmática que mantiene la permanencia de unión a lo natural pero que lo enfrenta a ella al mismo tiempo, es en pocas palabras, un espectáculo que desarrolla la guerra universal en tanto existencial como en caníbal y depredadora, sí, es un espectáculo naturalmente asesino.
La naturaleza sigue y seguirá en su estado inmaculado, sus fundamentos son los necesariamente convincentes para destruir cualquier teoría presentada en su contra, es el juzgado terminal de los actos humanos a partir de que es su primera tentación e incitadora de pecados encaminados a una perdición eternamente placentera y autocompadeciente. Por tal motivo el llamado “problema de la violencia” radica cuando éste, es precisamente conceptualizado como tal. Dicho problema tiene su origen en el contrato social, en ese intercambio de libertad natural por la seguridad social, en el aprisionamiento del libre albedrio que trajo una reflexión sobre el ordenamiento del hombre en grupo, que  no es más que un reflejo de la voluntad del poder humano al querer establecer leyes y normas sociales a algo que de origen tenía un orden natural. Orden natural que tenía una concepción caótica dentro del raciocinio humano; una percepción caótica que desequilibra lo impuesto como orden social. Un orden social en el que de vez en vez y a la vez tan regularmente se percibe una desequilibrada y caótica sociedad.
Es cierto que el hombre como habitante de una sociedad, recibe constantes impulsos que accionan su reacción violenta, afirmándose por ende que el sistema social es el causante de la violencia, y esto puede interpretarse como correcto siempre y cuando se marque una pauta tajante, que es la del paralelismo entre sistema social y sistema natural, por que estas líneas aparentemente divididas terminan por tener una frontera demasiado difuminada; en el sentido de que el hombre desde el inicio de su existencia ha buscado la vida en sociedad, la unificación, la uniformidad totalizante (hoy más que nunca se encuentra cerca de lograr su cometido) es decir, su naturaleza es vivir en sociedad, y es en este punto donde las paradojas vuelven a intimar, la naturaleza y la sociedad en el aspecto humano tienden a ser la misma cosa unidas por la indiferencia y la traición. Y tales traiciones son sinónimos de esperanza, esperanza en un mundo armónico de sazón perfecta, pero impedida por el sabor insípido que le da el término crimen. En la sociedad este crimen es recriminado, estos es,  acciones y consecuencias que el ser humano pretende catalogar y determinar, pero que las conclusiones de este orden principian nuevas acciones del eterno ciclo de valor efímero. Un ejemplo claro de esto, es la permisión de asesinar que se le da a un héroe en una guerra, pero que al final de la misma el héroe valiente de las medallas al merito es convertido en cobarde al que nadie podría sentenciar por haber cumplido su deber; y apoyándome en palabras de Henry Miller al hablar de los instintos sagrados y lo justo y lo correcto dependiente de la sociedad nos dice que: “…un crimen lava a otro en nombre de Dios, patria y humanidad, la paz sea con todos vosotros.”
EDGAR ALEJANDRO GUADARRAMA RUEDA.

lunes, 13 de febrero de 2012


EL MONO DESNUDO. Cap. 5. LUCHA.

Los animales luchan entre sí por diversas razones como: establecer un dominio en una jerarquía social o para hacer valer sus derechos territoriales; y perteneciente a este mismo reino animal el ser humano lucha en su vida diaria por infinitas razones que aparecen acechando su llamada “racionalidad”, intimidan su raciocinio y explotan su instinto nato de sobrevivencia, agresión y distintas formulas de protección que tienen en su propio ser por naturaleza, si se quiere de simpleza en su estado más crudo pero a la vez tan humano como su aceptación de su propia animalidad.
Los mecanismos empleados por los animales ante una presencia de lucha son diversos tanto a la defensiva como a la ofensiva, es toda una serie de rituales que se integran a una escena conflictiva reflejada en su aspecto visible y tangible en los cambios fisiológicos que se producen en tal situación; es decir, los animales (incluido el ser humano) cambian sus actitudes físicas a partir de la reacción del sistema nervioso automático a través de dos subsistemas opuestos pero que se compensan para forma un equilibrio, una homeostasis que vuelve controlada la reacción que pudiera ser caótica y destructiva para cualquier de los personajes en escena de lucha; y los encargados de esto son como se había mencionado dos subsistemas: el simpático y el parasimpático, el primero prepara para la lucha, el segundo asume una actitud conservadora.
Todos estos cambios fisiológicos se dan de manera mecánica y natural, sin embargo muchos animales tienden a ritualizar la lucha por medio de señas, y de la misma forma el ser humano tiene esa especie de mimetismo o ritual mimético con los animales, siendo entonces, su lenguaje estructurado  una diferencia preponderante que hace al ser humano poder expresar y exhibir amenazas y agresiones, haciéndose por ende una lucha mucho más simbólica, cargada de signos arbitrarios plenamente comprendidos por ambas partes integradoras de un conflicto, pero que al mismo tiempo tienden a tener una profundidad en su análisis externo debido a su estructura deconstruida y caótica que se enaltece como la más viva expresión de su naturalidad, es decir, el mismo simbolismo profundo que aleja al ser humano de cualquier otro animal, lo acerca intrínsecamente con su especie natural. Una especie natural que tal vez podrán argumentar muchos científicos, que ha quedado en su historia pasada, y ha quedado pisoteada o superada (como se quiera ver) por una orgullosa racionalidad, y un orden moral que mantiene el orden social; pero que sigue teniendo a la diosa amante de la sobrevivencia llamada: naturaleza animal.
El acto de lucha en sí es un acto de infinita construcción, de impulso evolutivo, de sobrevivencia, de adaptabilidad, y visto de un modo más romántico es: un arte natural. Un arte de comportamientos opuestos que se compaginan en la más simple escena natural donde existe una victima y un victimario cada uno representando una teatralidad ejemplar de su papel en el escenario sin ni siquiera tener un guion, pero que sus impulsos naturales lo compadecen y lo fortalecen en lo que la experiencia le puede dar más recursos para poder atacar de una manera tan falsa, o defenderse con la mejor mentira sincera.

EDGAR ALEJANDRO GUADARRAMA RUEDA.

EL MONO DESNUDO. Cap. 5. LUCHA.
Como especie, nos preocupa tanto la violencia de masas y destructora de masas de los tiempos actuales, que al discutir este tema nos exponemos a perder nuestra objetividad. Nuestro único consuelo será que, como especie, habremos tenido un final emocionante. No muy largo, tal como van las cosas, pero sí asombroso.
Los animales luchan entre sí por una de dos razones: para establecer su dominio en una jerarquía social, o para hacer valer sus derechos territoriales sobre un pedazo determinado de suelo. Nosotros pertenecemos al último grupo: las dos cosas nos atañen. Además de la defensa colectiva del territorio, y de la organización jerárquica, la prolongada dependencia de los jóvenes, que nos obligó a adoptar las unidades familiares por parejas, exigía otra forma de autoafirmación. Cada macho, como cabeza de familia, se vio obligado a defender su propio hogar individual, dentro de la base común de la colonia. Por esto existen, para nosotros, tres formar fundamentales de agresión. Cuando un mamífero experimenta una excitación agresiva, se producen en su cuerpo una serie de cambios fisiológicos básicos. Toda la máquina tiene que apercibirse para la acción por medio del sistema nervioso automático. Este sistema se compone de dos subsistemas opuestos y compensatorios: el simpático y el parasimpático. El primero es el encargado de preparar el cuerpo para la actividad violenta. Al segundo, le incumbe la tarea de conservar y restaurar las reservas corporales. El primero dice: «Estás listo para la acción; ponte en marcha.» El segundo dice: «Tranquilízate, descansa y conserva tus fuerzas.» Todo lo que hizo el sistema automático fue preparar el cuerpo para la acción muscular. Peor, ¿qué hicieron los músculos? Se tensaron para la arremetida, pero el ataque no llegó a producirse. El resultado de esta situación es una serie de movimientos de intención agresiva, de acciones ambivalentes y de actitudes contradictorias. Los impulsos de ataque y de huida tiran del cuerpo en uno u otro sentido. El animal se lanza hacia adelante, retrocede, se esquiva, se agazapa, salta, se inclina, se aparta. En cuanto el afán de atacar apremia, surge inmediatamente, como contraste, el impulso de huir. Todo movimiento de retirada es compensado por un movimiento de ataque.

Como resultado de esto observamos, en muchas especies animales, complicados rituales de amenaza y «danzas» de guerra. Los contendientes se mueven en círculo, en característica actitud de reto, tenso y rígido el cuerpo. tiene que indicar de alguna manera al animal más fuerte que ha dejado de constituir una amenaza y que no pretende continuar la lucha. Si la demora hasta quedar gravemente lesionado o físicamente exhausto, la cosa será evidente y el animal dominante se marchará y le dejará en paz. Pero si puede expresar su aceptación de la derrota antes de que su posición haya llegado a aquel desdichado extremo, logrará evitar más graves perjuicios.

Cuando los impulsos de ataque y de fuga son vigorosa y simultáneamente activados, exhibimos un gran número de movimientos intencionados característicos y de actitudes ambivalentes. La más corriente consiste en levantar el puño cerrado, además convertido en rito de dos maneras diferentes. Se realiza a cierta distancia del rival, a demasiada distancia de éste para que pueda convertirse en puñetazo. De este modo, su función deja de ser mecánica, y el ademán se transforma en señal visual.

Acompañamiento especializado e importante de todas estas manifestaciones es la exhibición de amenazadoras expresiones faciales. Estas, junto con nuestros signos vocales verbalizados, nos brindan el método más preciso para comunicar nuestro exacto humor agresivo.

Si tenemos en cuenta que, debido al desarrollo cultural de las armas artificiales letales, hemos llegado a ser una especie potencialmente peligrosa, no nos sorprenderá descubrir que poseemos una extraordinaria cantidad de señales de apaciguamiento. Compartimos con los otros primates la básica y sumisa respuesta que consiste en encogernos y gritar.

Debido a su poderoso efecto intimidatorio, muchas especies se han provisto de ojos simulados, como mecanismos de defensa. Muchas mariposas ostentan en las alas unas sorprendentes manchas que parecen ojos. Estas permanecen ocultas hasta que los insectos son atacados por ciertos animales voraces. Entonces abren las alas y muestran a su enemigo aquellas manchas semejantes a ojos. Se ha demostrado experimentalmente que esto produce un poderoso efecto intimidatorio en los presuntos asesinos, que a menudo echan a volar y dejan tranquilos a los insectos. Muchos peces y algunas especies de aves, e incluso de mamíferos, han adoptado esta técnica. En nuestra propia especie, los productos comerciales han empleado en ocasiones (a sabiendas, o inconscientemente) el mismo truco. Los dibujantes de automóviles se sirven de los faros para este objeto, y con frecuencia aumentan la impresión agresiva del conjunto dando a la línea frontal del capó la forma de un ceño fruncido.

Muchas veces, los ademanes amistosos provienen de las actitudes de sumisión. Ya hemos visto cómo acontecía algo semejante con las reacciones de la risa y la sonrisa. En nuestra propia especie, el comportamiento infantil por parte de adultos sumisos es muy corriente durante el galanteo. La pareja adopta a menudo el «lenguaje infantil», no porque tienda al paternalismo, sino porque con ello provoca cada cual sentimientos cariñosos y protectores, maternales o paternales, en el compañero, y eliminan, por ende, otros sentimientos más agresivos (o, por decirlo así, más temibles). Empleamos, virtualmente, toda clase de acciones triviales como desahogo de nuestros irritados sentimientos. Al hallarnos en un estado de conflicto, arreglamos los objetos que tenemos a mano, encendemos un cigarrillo, nos limpiamos las gafas, consultamos nuestro reloj de pulsera, nos servimos una copa o mordisqueamos un poco de comida.

Cuando pasamos por los momentos más intensos de tensión agresiva, tendemos a volver a ciertas actividades diversivas que compartimos con otras especies de primates, y nuestros desahogos toman un cariz más primitivo. «Mentimos» más con las palabras que con las demás señales de comunicación, pero, incluso así, el fenómeno no debe ser enteramente pasado por alto. Es extraordinariamente difícil «decir» mentiras con los hábitos de comportamiento que hemos estudiado; pero no es imposible. Los más hábiles de comportamiento mentiroso son los que, en vez de aplicarse conscientemente en alterar señales específicas, se imaginan hallarse en el estado de ánimo que quieren aparentar y dejan que los pequeños detalles salgan por sí solos. Este método es frecuentemente empleado con gran éxito por los mentirosos profesionales, tales como actores y actrices. Cuando la situación degenera, al fin, en contacto físico directo, el mono desnudo -desarmado- se comporta de un modo que contrasta curiosamente con el que observamos en otros primates. Para éstos, los dientes, son el arma más importante; en cambio, para nosotros, lo son las manos. Ellos agarran y muerden; nosotros agarramos y apretamos, o golpeamos con los puños cerrados. El siguiente paso importante en los métodos propios del comportamiento de ataque fue el aumento de la distancia entre el atacante y su enemigo. Las armas de fuego llenan dramáticamente esta laguna, pero las bombas caídas del cielo tienen todavía mayor alcance, y los cohetes tierra-tierra pueden llevar aún más lejos el «golpe» del atacante. Resultado de esto es que los rivales, en vez de ser derrotados, son indiscriminadamente destruidos. Como se ha explicado anteriormente, la finalidad de la agresión, dentro de la misma especie y a nivel biológico, es el sentimiento, no la muerte, del enemigo. No se llega a las últimas fases de destrucción de la vida porque el enemigo huye o se rinde. En ambos casos, se pone fin al choque agresivo: la disputa ha quedado dirimida. El animal quiere la derrota del enemigo, no su muerte; la finalidad de la agresión es el dominio, no la destrucción, y, en el fondo, no parecemos diferentes, a este respecto, de otras especies. No hay razón alguna para que no sea así.

Persistía la antigua necesidad de una figura omnipotente capaz de tener al grupo bajo control, y su falta fue compensada con la intervención de un dios. La influencia de esta figura divina podía, entonces, actuar como fuerza adicional a la influencia, más restringida, del jefe de grupo. A primera vista, es sorprendente que la religión haya prosperado tanto, pero su extraordinaria potencia es simplemente una medida de la fuerza de nuestra tendencia biológica fundamental, heredada directamente de nuestros antepasados simios, a someternos a un miembro dominante y omnipotente del grupo. Debido a esto, la religión ha resultado inmensamente valiosa como contribuyente a la cohesión social, y cabe dudar de que nuestra especie hubiese llegado muy lejos sin ella, dada la combinación única de circunstancias de nuestros orígenes evolutivos. La religión ha sido también causa de muchos e innecesarios sufrimientos y calamidades, siempre que se ha formalizado excesivamente en su aplicación, y siempre que los «ayudantes» profesionales de las figuras divinas han sido incapaces de resistir la tentación de pedirles prestado un poco de su poder para su propio uso.

El comportamiento de anticontacto nos permite mantener el número de nuestros conocidos al nivel correcto en nuestra especie. Lo hacemos con notable constancia y uniformidad. Descubrirán que casi todos conocen aproximadamente el mismo número de individuos, y que este número se aproxima al que atribuimos a un pequeño grupo tribal. En otras palabras: incluso en nuestros contactos sociales observamos las normas biológicas básicas de nuestros remotos antepasados. En lo que parece ser un gran hervidero de cuerpos, pero que, en realidad, es una increíblemente complicada serie de grupos tribales entrelazados. ¡Cuán poco ha cambiado el mono desnudo desde sus remotos y primitivos días!

EDGAR ALEJANDRO GUADARRAMA RUEDA.


COMENTARIO TEORÍAS REDUCCIONISTAS.

Las teorías reduccionistas tienen en su trasfondo y esencia misma una misma directriz que se inclina en la premisa de que el ser humano es violento por naturaleza; por lo cual el hombre tiene innata a la violencia en su misma definición como ser y en su mismo desarrollo, establecido como condición simple más allá de consideraciones morales impuestas en un mundo social, erigiéndose las palabras de Nietzsche al decir que “Cuando no hay batalla en la cual participar, el hombre beligerante mantiene una lucha contra sí mismo”; así,  el mote de violencia se vuelve intrínseco al ser humano, parte inseparable de la naturaleza humana como lo apuntan perentoriamente las teorías reduccionistas. Con esta conclusión se privan y derrocan argumentos sobre opiniones sociales y culturales, enalteciéndose la biología sobre las construcciones y estructuras de la sociedad moral.
En mi particular punto de vista las teorías reduccionistas tienen argumentos necesarios para hacer valer su postura; porqué la violencia es juzgada socialmente a partir de que se presenta como un problema, sin embargo la violencia por su misma profundidad en el ser del hombre constituye parte de su humanidad, parte de su existencia; de la misma forma como lo son el amor, la amabilidad que no se juzgan por su “moral aceptable ante la sociedad”, pero esto no quiere decir que el amor o la amabilidad no sean igual de destructivas que la violencia, ya que como lo dice Fromm, en su teoría de la ambivalencia, la violencia puede ser benigna o maligna dependiendo de la conveniencia de quien la esté aplicando y de las perspectivas que se tengan en determinada época y lugar, y esta teoría no solo se puede aplicar a la violencia, sino también, a todas las condiciones humanas que integran a los seres humanos. De tal manera que el bien y el mal enmarcadas en distintas percepciones determinan lo que es violento o no, así estas perspectivas acusan a la construcción o a la destrucción, al orden o al caos, y que sin embargo todas estas percepciones constituyen el todo íntegro de la humanidad, por que la violencia se aleja de las percepciones, se aleja del bien y del mal, por que se encuentra más allá de los juicios, por que se encuentra más allá de lo cultural y lo social, por el simple hecho de ser natural.

EDGAR ALEJANDRO GUADARRAMA RUEDA.