EL
MONO DESNUDO. Cap. 5. LUCHA.
Los animales luchan entre sí
por diversas razones como: establecer un dominio en una jerarquía social o para
hacer valer sus derechos territoriales; y perteneciente a este mismo reino
animal el ser humano lucha en su vida diaria por infinitas razones que aparecen
acechando su llamada “racionalidad”, intimidan su raciocinio y explotan su
instinto nato de sobrevivencia, agresión y distintas formulas de protección que
tienen en su propio ser por naturaleza, si se quiere de simpleza en su estado
más crudo pero a la vez tan humano como su aceptación de su propia animalidad.
Los mecanismos empleados por
los animales ante una presencia de lucha son diversos tanto a la defensiva como
a la ofensiva, es toda una serie de rituales que se integran a una escena
conflictiva reflejada en su aspecto visible y tangible en los cambios
fisiológicos que se producen en tal situación; es decir, los animales (incluido
el ser humano) cambian sus actitudes físicas a partir de la reacción del
sistema nervioso automático a través de dos subsistemas opuestos pero que se
compensan para forma un equilibrio, una homeostasis que vuelve controlada la
reacción que pudiera ser caótica y destructiva para cualquier de los personajes
en escena de lucha; y los encargados de esto son como se había mencionado dos
subsistemas: el simpático y el parasimpático, el primero prepara para la lucha,
el segundo asume una actitud conservadora.
Todos estos cambios
fisiológicos se dan de manera mecánica y natural, sin embargo muchos animales
tienden a ritualizar la lucha por medio de señas, y de la misma forma el ser
humano tiene esa especie de mimetismo o ritual mimético con los animales,
siendo entonces, su lenguaje estructurado
una diferencia preponderante que hace al ser humano poder expresar y
exhibir amenazas y agresiones, haciéndose por ende una lucha mucho más
simbólica, cargada de signos arbitrarios plenamente comprendidos por ambas
partes integradoras de un conflicto, pero que al mismo tiempo tienden a tener
una profundidad en su análisis externo debido a su estructura deconstruida y
caótica que se enaltece como la más viva expresión de su naturalidad, es decir,
el mismo simbolismo profundo que aleja al ser humano de cualquier otro animal,
lo acerca intrínsecamente con su especie natural. Una especie natural que tal
vez podrán argumentar muchos científicos, que ha quedado en su historia pasada,
y ha quedado pisoteada o superada (como se quiera ver) por una orgullosa
racionalidad, y un orden moral que mantiene el orden social; pero que sigue
teniendo a la diosa amante de la sobrevivencia llamada: naturaleza animal.
El acto de lucha en sí es un
acto de infinita construcción, de impulso evolutivo, de sobrevivencia, de
adaptabilidad, y visto de un modo más romántico es: un arte natural. Un arte de
comportamientos opuestos que se compaginan en la más simple escena natural
donde existe una victima y un victimario cada uno representando una teatralidad
ejemplar de su papel en el escenario sin ni siquiera tener un guion, pero que
sus impulsos naturales lo compadecen y lo fortalecen en lo que la experiencia
le puede dar más recursos para poder atacar de una manera tan falsa, o
defenderse con la mejor mentira sincera.
EDGAR ALEJANDRO GUADARRAMA
RUEDA.
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