Pinker Steven. La tabla rasa. Cap.
17. La violencia.
Desde los comienzos de la
historia natural, el motor de la evolución, de la adaptación y de la
sobrevivencia, ha sido la lucha en su estado más depurado y crudo, el amor por
la importancia de vivir puede ser
traducido en una “fútil” guerra infinita, ya que al final, ambas
posturas son la misma cosa unificadora dentro de la simple existencia.
Generación tras generación humana
luchan por la inmortalidad, o mejor dicho, una ilusión de inmortalidad que es
engendrada por el temor del olvido, una eterna ilusión que borra el sentido
trágico de la naturaleza a partir de un concepto tan plurisémico e intrigante, como lo es el de la cultura. La
cultura es parida por la razón humana que aumenta el sentido de vida a su
máxima excitación, producida por una creencia dogmática que mantiene la
permanencia de unión a lo natural pero que lo enfrenta a ella al mismo tiempo,
es en pocas palabras, un espectáculo que desarrolla la guerra universal en
tanto existencial como en caníbal y depredadora, sí, es un espectáculo
naturalmente asesino.
La naturaleza sigue y seguirá en
su estado inmaculado, sus fundamentos son los necesariamente convincentes para
destruir cualquier teoría presentada en su contra, es el juzgado terminal de
los actos humanos a partir de que es su primera tentación e incitadora de
pecados encaminados a una perdición eternamente placentera y autocompadeciente.
Por tal motivo el llamado “problema de la violencia” radica cuando éste, es
precisamente conceptualizado como tal. Dicho problema tiene su origen en el
contrato social, en ese intercambio de libertad natural por la seguridad
social, en el aprisionamiento del libre albedrio que trajo una reflexión sobre
el ordenamiento del hombre en grupo, que
no es más que un reflejo de la voluntad del poder humano al querer
establecer leyes y normas sociales a algo que de origen tenía un orden natural.
Orden natural que tenía una concepción caótica dentro del raciocinio humano;
una percepción caótica que desequilibra lo impuesto como orden social. Un orden
social en el que de vez en vez y a la vez tan regularmente se percibe una
desequilibrada y caótica sociedad.
Es cierto que el hombre como habitante
de una sociedad, recibe constantes impulsos que accionan su reacción violenta,
afirmándose por ende que el sistema social es el causante de la violencia, y
esto puede interpretarse como correcto siempre y cuando se marque una pauta tajante,
que es la del paralelismo entre sistema social y sistema natural, por que estas
líneas aparentemente divididas terminan por tener una frontera demasiado
difuminada; en el sentido de que el hombre desde el inicio de su existencia ha
buscado la vida en sociedad, la unificación, la uniformidad totalizante (hoy
más que nunca se encuentra cerca de lograr su cometido) es decir, su naturaleza
es vivir en sociedad, y es en este punto donde las paradojas vuelven a intimar,
la naturaleza y la sociedad en el aspecto humano tienden a ser la misma cosa
unidas por la indiferencia y la traición. Y tales traiciones son sinónimos de
esperanza, esperanza en un mundo armónico de sazón perfecta, pero impedida por
el sabor insípido que le da el término crimen. En la sociedad este crimen es
recriminado, estos es, acciones y
consecuencias que el ser humano pretende catalogar y determinar, pero que las
conclusiones de este orden principian nuevas acciones del eterno ciclo de valor
efímero. Un ejemplo claro de esto, es la permisión de asesinar que se le da a
un héroe en una guerra, pero que al final de la misma el héroe valiente de las
medallas al merito es convertido en cobarde al que nadie podría sentenciar por
haber cumplido su deber; y apoyándome en palabras de Henry Miller al hablar de
los instintos sagrados y lo justo y lo correcto dependiente de la sociedad nos
dice que: “…un crimen lava a otro en nombre de Dios, patria y humanidad, la paz
sea con todos vosotros.”